Category Archives: Dardo Arte
Eso está escrito
Lápiz, lapicero ¿me quiere, no me quiere? –repetía la pequeña columpiándose en la rama del viejo árbol. –¿Sabes leer las manos? –preguntó a su hermana. –Claro –contestó ésta. Mira, dice m. –No, replicó la otra, dice c-a-r-l-i-t-o-s. –¿Carlitos?, ¿eso dice tu mano? –Sí. La niña sonreía, sus ojos iluminados se cerraron para tomar impulso. La que quedó sentada en el pasto la miró pensativa, el lápiz le había dicho que su mamá la quería mucho. Su hermana parecía volar. –Erendira –gritó de repente ¿quieres a Carlitos? Erendira no contestó, bajó del árbol y echó a correr.
Porque te amo
La canción rencorosa se propagaba melancólica por toda la habitación, Rodrigo llenaba su copa una y otra vez. Triste, se sirvió el último sorbo de brandy. Era la cuarta botella, pero no podía parar, tenía el alma hecha jirones, una mujer, cómo había de ser de otra manera, propició ese desesperado querer olvidar. Ella, el pensamiento de ella era como un mosco, qué digo un mosco, una avispa que zumba y zumba, revolotea, molesta y escapa en cuanto la vas a matar. Perla era su nombre, cabello negro, largo y ondulante como el de un purasangre altanero, morena y dulce como una dona de chocolate recién hecha, encajaría perfecta en su boca ávida, el sabor y el olor imaginados resurgían en niebla.
La había descubierto en el café, estaba sola como esperándolo a él, a quién si no, –¡Hola! –la saludó entusiasmado (¿Y, ahora éste?). Ella contestó turbada, uno es olvidadizo de rostros que no interesan, alguno que aparecía de súbito en el momento menos propicio para hacerla recordar –Perla, te llamas Perla, –No, no me llamo Perla, mi nombre es Rosario, –¿Rosario? (Perla está tratando de confundirme) –Perla, qué gusto encontrarte, llevo buscándote meses enteros (será uno que me confunde o uno que quiere pasarse de listo) ¿dónde te habías metido? –Creo que se ha equivocado, mi nombre es Rosario, no Perla. –¿Rosario? Está bien, Perla, pero dime qué has hecho todo este tiempo, cómo te ha ido, cuéntame (loco, de remate, qué intenta). –Bueno, nada…disculpa me tengo que ir. Rodrigo no trató de detenerla, pero la siguió sigiloso, e imperceptible. Ella no se dio cuenta cuánto tiempo se quedó suspirando a la entrada de su viejo edificio. Ese fue el comienzo de una persecución quisquillosa y molesta para Rosario. Rodrigo supo que Perla trabajaba como decoradora independiente, que tenía un canario escondido en contra de las leyes de la casera y que había tenido un novio que la dejó por fugarse con un travestí de la Quinta avenida, pobre Perla, pero no hay mal que por bien no venga, allí estaba Rodrigo, extasiado, escuchando como cantaba arrítmicamente mientras tomaba la ducha. Ella era Perla, su joya, su futura esposa. La interceptó en el súper, –Perla, Perla, –gritó. –Otra vez, él ahí (me empiezo a asustar). Rodrigo trató de comunicarle que ella le pertenecía por derecho propio, para ello aprovechó las luces de los semáforos, la lentitud del tráfico y las aglomeraciones en el metro. Ni siquiera se inmutó cuando Perla lo llamó idiota, lanzándole una fuerte bofetada, ¿qué más prueba de amor? Pero cuando Perla llegó con esos tres sujetos no le quedo claro a qué oscuro juego lo invitaba. Lo golpearon y le hicieron jurar no volvérsele a acercar. Se encerró en su cuarto, tomó copa tras copa, trataba de esclarecer los hechos. ¿A qué jugaba Perla, su alma gemela? Qué era su alma gemela, eso estaba claro como el agua, que ella lo amaba, era cosa evidente, lo demostraba su resistencia ficticia, en su mente surgió de súbito un chispazo, como suelen venir las ideas brillantes dio en el clavo. Lo que pasaba era que Perla deseaba ser amada como Rosario.
Mis muertos
He soñado a mis muertos
mis muertos muertos
y mis muertos vivos
y he pensado en la muerte
en su abrazo, en sus suspiros
en mis suspiros
Sí, he soñado a mis muertos.
A los que retengo
aferrada en la memoria
a los que no me determino
a dejar ir
por quienes aún palpito
sin que palpiten
y me he puesto a pensar
en su muerte y en los pedazos
de su vida compartidos conmigo,
aún viva,
con la certeza de que un día,
también como ellos, seré
estremecimiento de alguna memoria
—eso creo—.
Los muertos duelen
siempre duelen
aunque su muerte sea alivio
aunque la muerte forme parte del camino.
Duelen.
Los de la casa, los de la calle, los del otro lado del mar.
Los cadáveres hablan aún ocultos en la tierra y en el fuego.
Hablan de sus amores y de sus desamores,
tiemblan en los vivos.
Y si nos olvidamos de ellos
algún día regresan para tomarnos desprevenidos
y entonces sus rostros nos miran
sin sonreír y sin llorar.
Somos nosotros los que lloramos o reímos
por las migajas de su historia compartida.
Duele, seguro, duele.
Cada quien sabe el número de sus muertos
Cada quien sabe de su propia angustia
y de su ansiedad.
Cuando los muertos vienen
sin hablar nos hablan, revelan
nuestros secretos
y entonces el golpeteo de la memoria
nos refleja vivos en su rostro de muertos.